Lo echaron del equipo de fútbol y cayó de rebote en el de vóley de su pueblo. Hoy juega en la Selección Nacional y ve al deporte como una herramienta para ser mejor.
«Después de aceptarme, sentí que se potenció mi rendimiento”
“Sos muy malo, no vengas más”, escuchó Facundo Imhoff a sus nueve años. Se lo dijo el entrenador del club Atlético de fútbol de Franck, el pueblo de cinco mil habitantes donde se crio. Volvió llorando a su casa, que quedaba a una cuadra, se cambió las zapatillas y volvió al club para anotarse en el otro deporte que ofrecía. Así comenzó su historia junto al vóley. “Yo sabía de chiquito que era malo, pero me encantaba jugar. Me mató que me echaran, al punto que hoy ni siquiera me gusta el fútbol. En mi casa me decían ‘Vos tenés que hacer algún deporte’, porque era muy pesado, era hiperactivo. Por eso fui a vóley, que no sé si me encantaba. No lo vi como una posible profesión ni proyectaba nada, porque era relativamente petiso”.
Hoy medís más de dos metros…
Sí, pegué un estirón grande a los diecisiete: crecí veinte centímetros en un año. Fue muy difícil, me dolía todo el cuerpo. Por momentos, sentía que crecía desparejo, caminaba arrastrando una pierna, como si se me hubiera estirado más que la otra. Entre los dolores y el tener que acostumbrarme a mi nuevo cuerpo, fue complicado.
Sin embargo, te sirvió.
Sí, no habría podido tener una carrera en el vóley sin ese estirón. En esa época me llamaron para una selección provincial santafesina, me vio un técnico de las inferiores del seleccionado nacional, y me llamó. Supuestamente, venía a Buenos Aires quince días, para probarme, pero no volví más. Sólo volví a Franck para buscar más ropa.
A pesar de su participación en selecciones juveniles y de su llegada a equipos de la Liga Nacional, Facundo sentía que algo no andaba bien. Una amiga le sugirió que el problema era que no aceptaba su sexualidad, algo que él nunca hubiese imaginado. Ser homosexual no era siquiera una posibilidad en su casa, en su pueblo, y él nunca se lo planteó hasta ese momento. “Llegaba a entrenar y mi cabeza estaba en cualquiera. Sentía que no estaba ahí. Es muy difícil poder lograr un buen rendimiento cuando no estás al cien por ciento. A mí me pasaba eso. Cuando logré sacarme todo lo que me afectaba para mal, empecé a disfrutar más el momento. Ahí fue cuando el rendimiento empezó a aumentar. Después de aceptarme, sentí que se potenció mi rendimiento y ahí es cuando me llaman por primera vez de la selección mayor”.
¿El cambio fue de un día para el otro?
Fue increíble. De una liga a otra, podría decir. Comencé a sentirme bien conmigo mismo. No podía jugar bien si estaba mal conmigo, y eso se aplica a lo que sea, a cualquier trabajo o a tus relaciones. Cuando estás mal, te afecta en todo ámbito.
Hoy en Boca y en la Selección Argentina (integró el equipo que obtuvo el subcampeonato en la Copa Panamericana a fines de junio), Facundo pasó por diferentes ciudades a lo largo de su carrera, y jugó también en el exterior: Arago de Sete, en Francia; y SCM Universitatea Cracovia, en Rumania.
¿Qué objetivos tenés a futuro?
No tengo muchos más. A lo que quería llegar, llegué, y estoy agradecido por el presente que tengo. Me gustaría seguir viajando y conocer más países. No pido más, lo que venga lo agradezco. Es increíble sentirse así, uno se vuelve más positivo porque deja de esperar tanto y disfruta más.