Lleva casi tres décadas en la actuación, a la que llegó después de haber pasado por una gran variedad de trabajos y changas. Hoy está descubriéndose en el rol de conductor.

“Yo quería ser yo en la tele, y lo estoy descubriendo”

¿Ya estás acostumbrado a la conducción?

No, acostumbrarme no me acostumbré ni a la profesión de actor. Me parece que, cuando esté acostumbrado, es porque tengo demasiado relax. Sí me divierto, estoy aprendiendo y me gusta. Si bien es un código diferente, hay cosas que están hermanadas con la actuación, solo que uno es uno cuando conduce. Presentar actores en vivo es muy divertido para mí porque soy un par y ahora me tengo que poner del lado del entrevistador.

Ya te habían propuesto conducir antes y no quisiste, ¿por qué ahora sí?

Inicialmente, el que me propuso una vez conducir fue Julián Weich. Me dijo: “Vos tenés una impronta para eso, sos muy agradable, ameno y divertido. Tenés veta de conductor”. Fue hace muchos años, pero yo estaba en pleno desarrollo de la actuación, que es lo que me dio la posibilidad de vivir y hacer lo que me gusta. Yo estudié actuación, no conducción; no soy conductor de profesión. La idea, cuando me la propuso Gerardo (N. de la R.: Rozín, productor y exconductor de Morfi), me gustó: era un programa ya armado, funcionando, con una estructura que me gusta. A mí me retrotrae al petiso Guinzburg haciendo la mañana de canal 13, que es el que le dio forma a ese horario. Era una gran persona, que quise, y tengo la suerte de tener a su hija Malena en el equipo. Es el programa que yo haría. Hay una gran diferencia con Gerardo, que tiene un ejercicio y una interlocución con el invitado muy distinta. Él no está vinculado a la actuación y hace unas entrevistas espectaculares. Yo no he logrado eso, pero tampoco es mi interés parecerme a él.

“Siento que me encanta ponerme en la piel de otro”

¿Te gusta cuando te ves?

Hay cosas que sí y cosas que no. A veces uno siente que pregunta demasiado sin que el otro pueda cerrar las respuestas. Pero, al mismo tiempo, estás en una charla. Yo me siento en el living de mi casa, y uno habla encimado en el living de casa. El atractivo es que sea algo diferente, no soy Novaresio, por ejemplo. Es otra cosa. Yo quería ser yo en la tele, y lo estoy descubriendo.

Además del cambio de rol, este trabajo te implica pasar cinco días a la semana fuera de tu casa, en Córdoba…

Sí, pero lo hice siempre cuando laburé en ficción. La diferencia es que, cuando hago ficción, sé que dura seis o nueve meses, como mucho. Esto no se sabe. Viene muy bien, gracias a Dios, y no sabemos hasta cuándo vamos a seguir. Yo siempre hice tiras y laburé de lunes a jueves. El jueves a la noche me iba a Córdoba. Ahora laburo el viernes, al mediodía me tomo un avión y, a las tres y media de la tarde, estoy tomando un mate viendo las sierras en mi casa.

¿Cuál es tu relación hoy con la actuación?

Es fantástica. Soy eso: soy actor. Puedo ser otras cosas, pero soy actor. Siento que me encanta ponerme en la piel de otro, laburar con el otro a fondo. Me pasa con cualquier laburo, con comedias también, y lo digo porque hicimos en julio el reconocimiento a Romina Yan. Nosotros aprendimos mucho juntos haciendo Amor mío, y éramos diametralmente opuestos. Ella era muy estructurada, muy estudiosa; yo, vagoneta con la letra, pero en el plató paso la escena con intensidad y lo que aparece lo revalorizo, tanto en un compañero como en mí. Cuando empezamos a laburar juntos, el crecimiento fue tremendo, porque ella venía de una escuela y yo de otra. Salieron cosas divinas, y salimos distintos los dos.

¿Los mejores trabajos son esos, en los que salís distinto a como entraste?

Totalmente. Si vas a entrar al súper y salís vacío, ¿para qué entraste? Aunque ahora salís con la billetera vacía…